viernes, 22 de enero de 2010

Sobre el abordaje terapéutico en trastornos del lenguaje

Este artículo fue publicado hace tiempo atrás en la revista "El Cisne", en función de la entrada anterior me parece adecuado mostrarlo en el Blog.

EL MUTISMO EN UN NIÑO

Con ademán confuso cubría la cara de unos muñequitos que formaban parte de la caja de juegos. Este actuar podía no ser significativo, ninguna acción humana lo es si se la presenta solitaria, anónima, fuera de situación. Pero en este caso se trataba de Juan, un niño de 4 años, que no hablaba y jugaba interactuando conmigo, su terapeuta de lenguaje.
En ocasiones anteriores las voces que dieron respuesta al mutismo de Juan adoptaron nombres como "anartria", "audimudez" y otros que se entramaban en un diagnóstico que ocultaba mas de lo que descubría. Sin embargo, una voz faltaba ser escuchada, aquella que él no emitía pero que, revelando un silencioso sentido, esperó conformarse en atención a mi réplica.
Para comprender el síntoma mi abordaje debía carecer de rol, requería neutralidad para participar en una situación de diálogo que podía desarrollarse en lo corporal y no sólo verbalmente. Adherir a una nominación diagnóstica y actuar con las técnicas reeducativas que se suelen utilizar derivaría posiblemente en la limitación y acotamiento del niño, que en el mutismo se mostraba perdido en sí mismo. Por el contrario, mi presencia dejaba abierto un espacio para que el discurso se movilice, suscitando la actualización en la transferencia de interrogantes que me posicionaban hacia la situación de conflicto.
En toda sesión se reproduce una instancia relacionada con el síntoma que puede reconocerse oyendo efectivamente la enunciación, preguntándose sobre el sentido, sobre quién habla, sabiendo cuando callar o decir. De acuerdo a este punto de vista me propuse actuar.
Observé que en el desarrollo del juego y desde el refugio de su silencio a Juan le era posible arriesgar, mostrar, exponerse. Asimismo, mi actitud abierta y libre permitía una manifestación en común, en resonancia. Hecho que, como en el fenómeno físico- acústico, requería consonancia con el otro y producía un efecto de repercusión.
Así, las resonancias del tapar la cara de los muñecos fueron preparatorias, como la comprensión de la réplica, de mi señalamiento. Persuadido de que en ese momento el niño podía escuchar, intenté devolver lo que entendí diciendo:" así no pueden hablar", enunciado que al entenderse en relación con su propia falta de habla permitió una diferenciación.
Juan comenzó a permitirse explorar con los sonidos, golpeaba elementos del consultorio y arrojaba juguetes, su conducta resultó más extrovertida. Empezaba a expresarse mediante el ruido, ya no era el chico extremadamente juicioso de principios del tratamiento; mis intervenciones eran permisivas aunque con reglas en cuanto espacios y tiempos. El habla pudo desarrollarse progresivamente, interrumpía el silencio con la palabra, dirigida en un primer momento a su madre y expandiéndose luego a los otros.

La reseña de este caso pretende solamente puntualizar aspectos del abordaje terapéutico en los trastornos del lenguaje, no he querido exponer las causas profundas y determinantes de la ausencia del habla en Juan. Asimismo, no es el mutismo en el niño (con N mayúscula) materia de opinión en este texto. Intento evitar una generalización sobre la patología para eludir abstracciones que justifican el empleo de técnicas estandarizadas, producciones monológicas que acotan la creatividad.
En casos patológicos la lengua y sus componentes pueden ser alterados, modificados, sustituídos, rechazados. Pero el lenguaje excede los dominios de lo reproducible, incluye el habla y la potencialidad creadora del sujeto. Así, un niño que padece un trastorno no es como cualquier otro, posee una subjetividad que se evidencia irrepetible en la situación dialógica, y sólo la inclusión en este contexto permite un encuentro que posibilitará intervenir de acuerdo con la sintomatología.
Operar terapéuticamente en esta matriz de diálogo implica querer comunicarse con el sujeto que el paciente es, preguntarse por el sentido de su decir, atender a la transferencia, permitir que el lenguaje se asocie al reconocimiento comunicando las resonancias que el discurso produce en el terapeuta. La función terapéutica debe evitar la imitación de un modelo, para que el desarrollo del lenguaje permita al niño expresar su deseo en lo irrepetible de sus enunciados.

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